jueves, 17 de marzo de 2011

Conmover-se

Escrito por Teresa Chou, responsable en Casa Ricci por los programas de rehabilitación de personas afectadas por la lepra.


Wandu está situada en el distrito de Baoding, provincia de Hebei. No es una ciudad muy grande, y tampoco está muy desarrolladla. Aún que no tiene ningún recurso natural, es respetada por su capacidad de preservar el aspecto de las ciudades tradicionales chinas. Esta vez hemos llegado precisamente en el último día del Festival de Primavera chino, y las calles estaban llenas de personas corriendo en todas las direcciones buscando las tradicionales linternas de papel para su celebración. En taxi, nos fuimos en dirección al centro de rehabilitación para personas afectadas por lepra, donde las tres hermanas que ahí viven nos estaban esperando.
Lo primero que se me ocurrió fue ir a ver a nuestro amigo, a quién me gusta llamar “amado de Dios”. Se trata de un paciente de lepra al que Dios bendijo con una maravillosa voz y canto. No estoy segura acerca de cuanto se quedó ciego, pero desde la primera vez que lo conocí no más pude olvidar-me la impresión que me causó. En esa ocasión le pedimos que nos ofreciera una canción. En cuanto cantaba sus ojos ciegos se llenaron súbitamente de lágrimas que escurrieron por su rosto. Después se volvió de espaldas para nosotros, y limpió el rosto con la manga de la camisa. Fue conmoción por la belleza del momento, o simplemente vergüenza de estar llorando en público? Quizás nunca lo sabré, pero pudo sentir en él una gran melancolía que muy pronto se extendió a todos nosotros y nos hijo sentir profundamente tristes. Estoy segura de que a ninguno de ellos le gusta dejar sus hogares y “ser forzado” a vivir aislado con apenas un grupo de desconocidos.
Un día, las hermanas me dijeron que él habla muchas veces de cuanto siente la falta de su familia. Incluso pidió a las hermanas que le acompañasen en un viaje a su casa en el nordeste pero, no sin tristeza, las hermanas no pudieron aceptar el pedido porque sería casi imposible para ellas ayudar a un hombre ciego hasta en las necesidades más simples como ir al cuarto de baño, especialmente si se trata de un viaje de varios días en tren.  Cuando el cantó para nosotros, escogió precisamente una canción que dice que “no hay debajo del cielo nada como el amor de una madre.” Puedes imaginarte lo que estaría sintiendo en ese momento? Un corazón destrozado. Cuando terminó la canción, aún intentó sonreír pero no era posible ocultar un sentimiento tan fuerte. Muchos años atrás el aún tenía una hermana que venía a visitarle, pero después su familia dejó de comunicarse con él. Uno de los problemas es que, si las personas descubren que él tiene lepra, empezarán a apartarse e incluso a excluirse de  sus familiares por miedo de contagio. Como podrían ellos vivir entonces? Estos pensamientos son suficientes para hacerlo dudar de su idea y de ir a visitar a su familia.
Cuando fue la última vez que hemos hecho a alguien llorar de alegría? Cuando tocamos el corazón de alguien, especialmente el de alguien que se siente solo y que sufre, le damos la fuerza que necesitan para mantener viva la esperanza de que su existencia,  aún merece la pena de vivir.



Marzo 2011


domingo, 6 de marzo de 2011

40 Dias en el Centro de Cuidado y Amor

En 2010, poco después que terminé mis largos tratamientos de quimioterapia y antes de regresar a mi trabajo de profesora, visité al “Centro de cuidado y amor” en la provincia de Hunan.
Llegué con un corazón agradecido y motivado, pero al mismo tiempo con un cuerpo débil y cansado. Sentía que estaba en busca de una cura interior. Me recuerdo de, algunos años atrás, haber leído en la Newsletter de CasaRicci acerca de los muchos proyectos en China. Después que recibí el permiso de mi comunidad, La Asociación Teresiana, me ofrecí como voluntaria para dar algunas clases de lengua a las hermanas del Centro.
El Padre Fernando, después de hablar con las hermanas, me informó que ellas estaban muy contentas de poder tener clase de lenguas. En la Gracia de Dios pasé 40 días en el Centro.
La primera vez que visité el Centro fue en Julio de 2010. En esos 10 días Tuvimos clases individuales desde la mañana hasta la noche. Todas las hermanas aprendieron con gran entusiasmo, a pesar de las dificultades en conciliar su trabajo con los estudios. Juntas vivimos muchos momentos de alegría y diversión con el aprendizaje. Me movió mucho ver el gran deseo que las hermanas tienen de aprender siempre y de tornarse cada vez más capaz. No tuve mucho contacto con los pacientes, pero pude percibir que la misión de las hermanas es muy interesante. Las historias de vida de estas personas no solamente revelan discriminación y sufrimiento, pero también dignidad, cariño y amor. La generosidad tan gratuita y la profunda alegría de las hermanas me dieron ganas de querer saber más acerca del Centro de Cuidado y Amor.
Un mes después volví al Centro y me quedé por más tiempo. Además de las hermanas, también enseñé a un paciente adulto. Muy pronto nos tornamos amigos y él me habló de sus ideas acerca de la vida. Nunca me olvidaré de su entusiasmo y satisfacción cuando revisábamos las frases inglesas que él conocía. Con las crianzas enfermas jugábamos juegos de inglés 3 veces por semana. Durante el día, siempre daba clases y por las noches los entretenia con algunos juegos. Sus risadas alegres es algo del que tampoco me olvidaré. A través de la alegría de aprender su vida se tornó diferente. Me sentí feliz de poder ayudar un poco.
Además de enseñar, también pudo participar en casi todas las actividades del centro, como por ejemplo visitar a un lar de ancianos, hacer la cosecha de la fruta con los pacientes, participar en la fabricacion de almanaques de madera, etc… Esta comunidad es un Centro médico para personas gravemente afectadas por el SIDA, pero es increíble ver con el cuidado y el amor de las hermanas ayudan a la recuperación de estas personas.
A veces tuvimos conversaciones acerca de muchos de los aspectos de la vida en el Centro, y estas conversaciones me enseñaron el espiritu generoso de servicio de las hermanas. Esto me dio un ánimo nuevo.
A pesar de las dificultades de la vida y del dolor corporal, los pacientes siempre sonríen. Durante el tiempo de los trabajos manuales siempre contaban chistes. Esto hace con que el Centro sea un lugar muy acogedor. Como una familia, las hermanas, los pacientes adultos, los niños y los voluntarios viven en armonía compartido con las tareas cuotidianas.  
Nadie me trató como una extraña, antes como a un familiar suyo, y les estoy muy agradecida. El encuentró con ellos, y su amistad, me dieron mucha fuerza, e incluso ahora que estoy lejos, aún puedo “beber” de tanto bien recibido allá.

                                                                                                              Katherine, Febrero, 2011