“La felicidad y la tristeza que
están en nuestra vida, lo comparto contigo… no importa, que la lluvia y el
viento estén aquí…”. Cada vez que escucho esta canción, mi corazón volverá
donde ese grupo de fuertes y hermosos niños. Aquel grupo de niños forzados a
estar al borde de la sociedad. Niños rechazados y abandonados, por ser
discriminados y olvidados por sus familias y la sociedad.
Por voluntad de Dios, conocí a
estos niños a través de “Casa Ricci”. Ellos cambiaron mi vida desde ese
entonces. Estos niños no podían regresar
a sus casas. Algunos incluso no tenían hogar. Ellos no tienen familias que se
preocupara por ellos. Cada vez que veía la tristeza en sus ojos, esperando en
vano la visita de sus familias, cada vez que los escuchaba llorando desde sus
corazones rotos por haber sido rechazados y abandonados, cada vez que veo sus
inocentes miradas esperando ser aceptados… me conmuevo en lo más profundo.
Muchas veces me he preguntado
“por qué?”. Pronto entendí que lo importante no es responder a este “por qué”.
Lo que es importante es lo que yo puedo hacer, pensaba. Por eso me decidí a dar
lo mejor de mí, cuidándolos y ayudándolos. Pero pronto me di cuenta que lo que
estaba haciendo, podía sólo ser una expresión de mi egoísmo. Me uní entonces a
sus actividades… estudiábamos, jugábamos, trabajábamos y compartíamos juntos.
Entré en sus mundos para leer y sentir dentro de sus corazones y entendí lo que
ellos realmente necesitaban. Luego de algún tiempo, ellos pasaron a ser parte
de mi vida.
La vida en si misma es un
proceso de compartir y apoyarse. Recién ahora lo entiendo. Estos niños
comparten mis esfuerzos y soportan mis insuficiencias. Yo comparto su fuerza de
voluntad y soporto sus desesperanzas. Ciertamente, no puedo cambiar sus
pasados, pero lo que sí puedo hacer es aceptar la invitación de caminar con
ellos a través de cada duda, de cada dificultad en sus vidas. Cuando ellos
saben que no están solos, cuando saben que hay alguien que los ama a pesar de
sus familiares quienes no los recuerdan más, ellos mostrarán su felicidad y cariño
por la vida más allá de sus vivencias diarias. La felicidad de estos niños, es
mi felicidad.
De todas las criaturas que Dios
crió, los seres humanos somos los únicos que saben percibir. El ser humano
posee fuerza de voluntad, es emocional y espiritual. No importa la edad, sólo
el amor puede curar, renovar y liberar. Cuál es el amor verdadero? No lo sé
exactamente. Yo sólamente sé que cuando yo estaba triste, un niño venía y me
decía: “Tía, ¿estás triste? Por favor,
escucha música como lo hago yo cuando estoy triste”. Estas palabras me
conmueven profundamente.
Cuando ellos me cuentan que
están tristes en su inocente lenguaje que no puede expresarlos completamente,
yo los abrazo fuertemente. Cuando a veces sus
“travesuras” desafían mi capacidad de amar y perdonar, a mí sólo me
queda mirar al Señor y apoyarme sólo en su misericordia.
“El sol siempre estará aquí
después de la tormenta”, y juntos ya podemos mirar el arco iris. Porque siempre hay soluciones para los
problemas en este mundo. La vida esta llena de esperanza. El “amor verdadero”
es la llave para abrir el candado de la discriminación de los seres humanos
hacia los portadores de enfermos de SIDA.
No importa de qué maneras ayudemos, si partimos de este “amor verdadero”
lograremos ser felices y hacer felices a los demás, alcanzaremos para ellos y
nosotros la vida libre y eterna.
Entrar en este website para escuchar la canción:
http://www.youtube.com/watch?v=iONgnaq0QP8&feature=share
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