domingo, 31 de octubre de 2010

Mis primeros pasos en el mundo de Casa Ricci

Escrito por Francisco, estudiante Jesuita que está trabajando y aprendiendo en Casa Ricci durante un año.


Mi nombre es Francisco, soy un escolástico Jesuita (en formación) y estaré con Casa Ricci para un año de servicio en China y Macao. Hace unos días atrás llegué de my primer viaje a algunos lugares que Casa Ricci ayuda. Los primeros días participé un una reunión de planificación del servicio a los leprosos, después fuimos en tren para un otro lugar en Yunnan. Ahí tuve la oportunidad de conocer a dos hermanas (religiosas) encantadoras, una otra señora también encantadora que trabaja con ellas, y especialmente cinco crianzas
maravillosas que, por no haber tenido posibilidad de vivir con sus familias, encontraron ahí su nuevo hogar.


De los niños la más joven tiene 4 años y la mayor 8. En el minuto en que llegamos a la entrada de la casa, inmediatamente corrieron a saludarnos. Nunca me habían visto antes, pero sonreían mucho y me abrazaron con sus pequeños brazos y manitas. Uno de ellos me llamó shushu , es decir, tío o informalmente hermano mayor. Esto me conmovió mucho! Nunca nadie me llamó así antes, porque aún no tengo sobrinos. Ahora ya tengo cinco! Pasé la tarde jugando con ellos, intentando hacerme entender con mi chino aún muy pobre… Pero con crianzas todo es sencillo, ellos solamente quieren alguien que pueda reír con ellos, hacer “caras divertidas”, abrazarlos cuando lloran, o sentarse a su lado encuanto hacen una “pintura abstracta” para regalarnos.

Las hermanas, que para ellos son profesoras y madres de todos los días, tienen un papel delicado y esencial. Su misión es amar, y amar significa cuidar del bien mayor de los otros. Encuanto yo me quedo por hacer reír a los niños, las hermanas tienen que garantizar que ellos aprenden sus primeros caracteres chinos, comen su comida, lavan las manos, toman su medicina, etc… Tengo la impresión de que la hermana que es responsable por ellos tiene el don de ser tierna y fuerte al mismo tiempo. Si alguno de los niños no quiere comer, la hermana hará una “cara fea”, pero al minuto siguiente le estará abrazando con una alegría y ternura increíbles. Me impresionó ver como los niños son tan educados y capaces de hacer las pequeñas tareas diarias y al mismo tiempo tan iguales a cualquier otra crianza, siempre saltando y llamando la atención, jugando y siendo crianzas…

Debo confesar que en el primer día he estado muy distraído. Antes de ir ya sabía que muchos de los niños a que servimos sufren de AIDS. Quizás en el primer día yo estaba tan contento por estar con ellos, tan lleno por su alegría y simplicidad, que no me apercate que están enfermos. Solo en el regreso al hotel, cuando hablábamos de ellos me di cuenta de que acababa de pasarme la tarde entera en el medio de crianzas que tienen un problema muy serio. No quiero hablar de ello ahora, pero es muy claro que sufren mucho más de lo que sería necesario, por culpa de la mirada injusta que la sociedad tiene para con ellos, para no hablar del hecho de que también tienen historias familiares muy complicadas en las que él amor no es tan abundante como sería deseable.

Al día siguiente volví a “mis” pequeños. En el camino me sentía muy feliz, deseoso de encontrar de nuevo sus maravillosas sonrisas (algunas ya sin un dientes de leche) de nuevo. Confieso que al primer momento, y a pesar de toda la información que nos permite saber que el AIDS no es contagioso simplemente por hacerse amigo de alguien, yo aún estaba un poco inseguro de tocar a los niños, abrazarlos, limpiarlos, respirar con ellos. El problema estaba en mi cabeza, era mi problema, tal como es el problema de la sociedad, no está en los niños. Ellos estaban iguales al día anterior, alegres y jugando, llorando, y pidiendo mi atención y cariño. E así me deje transformar de nuevo en su shushu, y, al mismo era yo el que iba a ayudarles, fui yo el que me quede con el corazón lleno y él espíritu lleno de alegría. Es verdad que los pequeños están enfermos, e incluso puede que no tengan muchos años de vida por delante, pero a mi me parece que están tan llenos de vida como cualquier otra crianza. Con el amor y cariño de las hermanas, y con la mirada de Dios siempre sobre ellos son seguramente niños llenos de futuro.

Por último, nos fuimos a otro lugar, una casa de crianzas y jóvenes mucho mayor. Ellos aún no estaban ahí porque es su tiempo de vacaciones. Aún así he tenido ocasión de conocer a las hermanas y también a dos jóvenes voluntarios que pasarán allá un año de servicio. Me alegré mucho de conocerlos, y ver cómo estaban contentos de gastar su tiempo y energía en esa misión. Regresé a Macao con un sentimiento de consolación. Es verdad que hay muchas cosas injustas e tristes en el mundo. Es triste pensar que, un día, esos pequeños ya no estarán ahí para recibirnos con sus gritos de alegría. Es triste pensar que nuestra sociedad a veces no es capaz de ver el valor de los enfermos, ni la importancia de cuidarles e darles oportunidades iguales de buscar la felicidad. Pero ver que hay tantas buenas personas que quieren hacer el bien, es una bellísima señal de esperanza, y nos recuerda que no hay nada más feliz que hacer felices a los otros!

Agosto, 2010
Francisco Machado

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